viernes, 15 de enero de 2016

"A room of one´s own"

Una Habitación propia, una pequeña historia de la habitación individual*
*DOGMA. (2015): Shelter. Volume 2015. Nº46. Ed. ARCHIS. Holanda. Págs. 24-3.

Decir que lo personal es político no es nada nuevo hoy, pero observar cómo la arquitectura ha llegado a ser personal sí lo es. Solemos pensar que el espacio personal es básicamente solo cuatro paredes y un techo; esto es una habitación. Hoy tendemos a pensar en las habitaciones como poseedoras de funciones individuales, incluso el trabajo ha llegado a permear espacio y tiempo como tales. Entonces, ¿cuál es la clave de levantar paredes para resguardarse y “vivir” impoluto dentro?. Dogma empieza a trazar aquí una genealogía de otro tipo de habitación y de a su vez, otra forma de vida; una en la que trabajo y vida se reúnen y sus enredadas políticas se vuelven tangibles.

1.
Es posible que la habitación sea la forma de la arquitectura más obvia pero también la menos investigada. Parece que la habitación ha estado siempre ahí, antes que nosotros, tanto como que si los habitantes y los arquitectos no hubieran tenido otra elección que vivir dentro y diseñar habitaciones. Si la arquitectura es hacer espacios, entonces la habitación es la forma más directa que resulta de dicha afirmación. La palabra “room” viene del inglés antiguo rum, cuyo significado es similar  a la palabra germana raum, “espacio”. Ambas fueron muy próximas a la palabra latina rus, que significa “campo abierto”. Estos significados existen en muchas otras lenguas donde las variaciones de la palabra rum designan un campo abierto (open field), o planicie abierta, o el acto de hacer espacio. La palabra se dirige así mismo a un campo semántico en el que alguien es capaz de despejar espacio por uno mismo. En su famoso texto “ The Room, the Street and Human agreement”, Louis Kahn aborda la habitación como comienzo de la arquitectura. Para Khan, primero dentro de una habitación definida por las paredes (perímetro, paredes, suelo y techo), uno se enfrenta con las más básicas propiedades de la arquitectura como espacio físico: dimensiones,estructura y luz. Pero para Kahn la habitación es también un estado de la mente, ya que es la posibilidad de tener el propio espacio de reflexión para uno mismo. Aquí Kahn parece abordar la habitación como un espacio propio personal donde está garantizado la posibilidad de estar solo y donde la concentración es posible. La reflexión como una concentración de uno mismo representa un ir hacia el interior, una posibilidad que siempre es difícil de atender desde que habitamos constantemente entre espacios sociales. Por esta razón la habitación llega a ser la quintaesencia de la interioridad en un sentido literal: estar solo con uno mismo.


En este sentido la descripción de la habitación de Kahn como espacio para la reflexión viene a ser sorprendentemente próxima al famoso ensayo de Virginia Woolf A Room of One´s Own  en el que la escritora inglesa expresó que “una mujer debe de tener dinero y una habitación propia si quiere escribir ficción”. Similarmente a Kahn, Wolf vincula la habitación a un espacio individual con la posibilidad para concentrarse. Además para Woolf la posibilidad de tener una habitación para una misma está conectada con la lucha de emancipación de la mujer de la estructura doméstica patriarcal. La afirmación de Woolf sobre la habitación como espacio propio cuestiona indirectamente la esencia del espacio doméstico como espacio para labores productivas donde todas las habitaciones –dormitorio, baño, salón- están pensadas para la gestión familiar. En contra de la evocación de la habitación de Kahn como concepto eterno de la arquitectura, La habitación propia de Woolf es un recordatorio de cómo estar solo es un acto bastante disruptivo  que emerge solo cuando la lógica productiva doméstica es puesta en cuentión. Además, Woolf vincula la posibilidad de una habitación con la posibilidad de una independencia económica. De este modo vincula el espacio de la soledad y la concentración con el tejido económico/estructura de género a través de la que la sociedad es organizada.


Sin embargo hablar sobre habitaciones no significa hablar sobre espacios autónomos, pero reflejan bastante la manera en la que las condiciones sociales y económicas se hacen evidentes incluso en el modo en que se define uno de los espacios propios más íntimos. En contra de la retórica contemporánea de lo doméstico como espacio de la “intimidad” o del actual interés sobre el papel ubicuo de las tecnologías digitales en la interrupción de nuestra propia privacidad, argumentamos que la arquitectura de la habitación siempre ha sido un espacio de conflicto entre las normas sociales y la posibilidad de estar solo. La arquitectura de la habitación es el teatro silencioso donde el ser humano como “individuo” ha emergido también como ser social y como alguien que desesperadamente intenta ser él mismo. Lo que sigue es una historia sucinta de la habitación como espacio de un habitar “privado” desarrollado a través de una serie de habitaciones ejemplares donde la presión social y el deseo de estar solo se encuentran en el espacio arquitectónico más esencial.


2.
Cualquier historia tiene una larga prehistoria y a menudo la prehistoria es mucho más larga que la historia en si misma. En el caso de la habitación individual, la prehistoria es la formación de los espacios domésticos como espacio cuya función  primaria es la reproducción de las especies humanas (comer, dormir, limpiar, criar a los hijos, etc…). Si miramos  las casas antiguas, difícilmente podemos encontrar habitaciones privadas y si miramos a los primeros espacios domésticos supervivientes, no podemos encontrar habitaciones en absoluto. En el asentamiento neolítico de Çatalhöyük en Anatolia del Sur por ejemplo, las casas están hechas de un único espacio enclaustrado de sobre 25 m2 y accesible desde el techo, donde las diferentes “funciones” domésticas están definidas por plataformas a diferentes niveles. Como la cueva, la casa entera es una gran habitación donde todos sus habitantes comparten el mismo espacio. No es una desafiante simplificación excesiva decir que hasta el siglo XIX la mayoría de la población mundial habitaba de esta manera. Sin embargo, ya desde la antigüedad, y especialmente en el mundo grecoromano, lo referido a la dirección de la familia desencadenó una más refinada organización de lo doméstico. La casa se convierte en la esfera de la economía en su sentido original oikonomia, oikos nemein (gestión de la casa) y en los textos antiguos se describe la habilidad de la mujer de la casa para conocer la localización de cada objeto necesario para mantener la vida familiar dentro de la casa. La dirección doméstica puede de este modo ser descrita como un orden taxonómico que asigna a cada detalle de la vida un lugar específico en la casa. Sin embargo como evidencia de resto arqueológico, la arquitectura de la casa de la Grecia antigua apenas refleja este orden taxonómico. A diferencia de la casa moderna donde cada habitación tiene su propia función específica, la antigua casa griega fue un conjunto indefinido de habitaciones alrededor de un patio y donde la función de las habitaciones podía cambiar de acuerdo las necesidades específicas. Las habitaciones eran lo suficientemente grandes como para alojar infinidad de usos desde lo doméstico hasta las actividades laborales, mientras, el uso “doméstico” de éstas, en el sentido de familiaridad, era habilitado solo a través de ligeras particiones como cortinas u objetos específicos. El espacio del oikos a menudo también incluía habitantes que podían no ser parte de la familia a la que pertenecía la casa. En la polis griega aquellos que no nacían pero que querían vivir en la ciudad no tenían el derecho de ser ciudadanos ni el de tener propiedades. Por esta razón, estaban obligados a alquilar una habitación dentro de una casa familiar existente. En este sentido, por vez primera en la historia la habitación doméstica se convierte en un espacio independiente potencialmente separable del resto de la casa. Aquí podemos ver también el arrendamiento, y la técnica de interrumpir la casa como lugar de la familia, como la introducción del inquilino a modo de habitante desplazado.

Mientras que en la polis griega la casa era un espacio para la estricta intimidad familiar separada del espacio público, la casa romana, especialmente la casa de familia pudiente, era un espacio donde los asuntos públicos y privados a menudo se entremezclaban. Como ha sido insinuado,  la domus romana no podía divorciarse de las políticas públicas de la ciudad hasta que no fue formalizada la separación entre vida pública y privada. El domus fue simultáneamente una casa, un lugar de esparcimiento, una oficina de negocios y un fórum para la presión política. La dimensión pública de las casas romanas fue encarnado en espacios monumentales - atria,  vestibula,  peristylia y triclinia - donde el paterfamilias podía cenar no con su familia, sino con sus amigos e invitados. Pero precisamente porque el domus estaba bajo tanta presión social, tenía también más espacios privados (a menudo compartidos por varias personas), como la cubicula, o pequeñas habitaciones exclusivamente dedicadas a descansar y dormir (del latin cubo, acostarse). El cubiculum es quizá el antecesor de la “habitación personal” donde la arquitectura del espacio doméstico aproxima la escala íntima del cuerpo humano al resto. También podría haber un error al definir la cubicula como una “habitación” en base a que, como argumenta Eleonor Leach, los romanos podrían nombrar las habitaciones de su casa no de acuerdo a los objetos que contuvieran sino a la arquitectura en sí misma, como insinúa que no hubiese una relación significativa entre las habitaciones y sus contenidos, y que sus funciones no estuvieran prefijadas. Además sería posible argumentar que la arquitectura mínima del cubiculum es la referencia directa de lo que podría ser considerado un arquetipo de la moderna habitación privada como una habitación propia: la celda monástica. Empezado en el siglo IV como un escape a las opresivas condiciones de la vida urbana, la vida monástica evolucionó a través de varias etapas: desde la vida eremita de la soledad hasta las comunidades; desde el semi-eremita, donde éste vive junto a otros de un modo no prefijado hasta el cenobio, en el que los monjes no solo viven en el mismo lugar sino que también comparten las mismas reglas monásticas. La vida monástica, como la propia palabra deja claro (del griego monos, solo) es la posibilidad de vivir solo. En los viejos tiempos, como forma de vida no tuvo precedentes y fue posible gracias a la naturaleza de la religión cristiana en la que, a diferencia de los cultos antiguos, la fe podía ser una relación personal con lo divino. La celda monástica es como el espacio físico donde estar a solas con Dios. En el domus, el cabeza de familia podía sentarse solo en el tablinum, el espacio de estudio de la casa. Además el tablinum era un espacio abierto y su solitario ocupante era altamente visible por los otros miembros de la casa.

En cualquier caso, en la celda el monje no está simplemente solo pues no únicamente puede fijar la mirada en sí mismo sino que puede ser observado por otros. La vida monástica dio forma a un concepto de la privacidad que no es tanto jurídico sino existencial. Los orígenes etimológicos de la palabra “celda” se registran desde la anglofrancesa celle, que significa ermita, y la palabra latina cella, que significa pequeña habitación o almacén. En su libro How to live together, Roland Barthes usa a la comunidad monástica como modelo para una vida en común ideal. Los primeros monjes que decidieron vivir juntos podían ocupar refugios individuales difusamente concentrados alrededor de un espacio central, que en algunos casos podría ser una iglesia. Como remarca Barthes, esta condición permitía a los monjes vivir juntos pero apartados, y donde cada uno era capaz de preservar, tal y como dice el autor, su propia “idiorrhythmy” (del griego idios, particular, y rhythmos, rhythm, regla). En estas condiciones podían estar aislados y en contacto con otros grupos idiorrhythmicos. Dentro de los grupos, vivir juntos no vulneraba del todo la posibilidad de estar solo. Barthes estaba fascinado por este modo de vida, e indicó que precisamente esta forma de vida monástica fue el semillero para lo que más tarde sería una fundamental tipología del mundo moderno: la celda individual o la habitación individual. Para Barthes la celda individual es la quintaesencia de la representación de la interioridad: es aquí que el cuerpo individual encuentra su propio espacio, el espacio donde puede cuidarse a sí mismo. Uno de los más refinados ejemplos de las celdas monásticas son las complejas vidas del monasterio Cartujo. La regla de los Cartujos consiste en vivir juntos una vida de eremita y la celda no es solo una habitación individual sino una pequeña casa para una persona que incluye un laboratorio y una huerta. El núcleo de la celda cartujana es el cubiculum, una pequeña habitación donde hay una cama y una pequeña mesa para comer y estudiar. La celda en Certosa del Galluzzo cerca de Florencia (aquella que tanto impresionó a Le Corbusier durante su viaje italiano) muestra como puede ser doblada la mesa, dejando la habitación casi desocupada sin ningún mueble y como enfatiza el vacío de la habitación como una imagen de la concentración y de la reflexión. El objetivo de la celda es el permitir al monje convertirse en un asceta, alguien que hace de su propia vida una refinada constante práctica. Aquí vemos emerger el sentido fundamental de la “habitación privada” como espacio doméstico cuyo objetivo no es solo la reproducción sino el cuidado de uno mismo, el foco donde la propia existencia es un experimentum vitae.


3.
Si la celda monástica es el modelo para tipologías represivas como la celda de las cárceles modernas, es también el modelo para prácticas domésticas cuyo objetivo, consciente o inconsciente, es la disrupción en la función domestica de la casa, una forma de vida cuya finalidad es intentar establecer una soberanía sobre el modo propio de habitar. Con el crecimiento de la casa moderna en el molde del habitar de la familia nuclear, el espacio doméstico se ha fragmentado en habitaciones, cada una de ellas con diferentes funciones. Sin embargo, el proceso de especialización fue lento, y solo se convirtió en una condición general para todas las casas al final del siglo XIX. Hasta el siglo XVI, el espacio doméstico era un conjunto de habitaciones cuya función viene dada a menudo por el propio mobiliario. Este es el caso de la habitación de dormir del renacimiento, donde la cama es una estructura arquitectónica en si misma, una plataforma con baldaquín. Este dosel podía llevar pesadas cortinas, como si hiciesen de la propia cama una habitación personal. Un eco de esta idea de la habitación personal realizada por una pieza de mobiliario se puede encontrar en San Jerónimo en su estudio, pintura de Antonello da Messina. Aquí el santo eremita está concentrado en la lectura de las escrituras mientras está sentado en una pieza compuesta de mobiliario que incluye un escritorio, estanterías y una plataforma que claramente separa el estudio del resto del espacio. Como la cama del Renacimiento, el estudio de San Jerónimo es una arquitectura que se construye en un indefinido interior monumental (¿una iglesia?), un lugar para enfocarse y concentrarse. La habitación personal es un gabinete cuya forma es independiente del espacio en el que habita. Aunque la necesidad de un espacio de estudio y concentración se formaliza en un “estudio”, cuyo uso solo está garantizado para el patriarca de la familia, la existencia de la creciente especialización del interior doméstico no es obvio.

La singularidad de este espacio puede ser apreciada en la casa de Sir Joan Soane en Lincoln´s Inn Fileds, donde el estudio es un híbrido entre habitación y pasillo que conecta la biblioteca y el comedor con la columnata que alberga la colección de antigüedades de Soane. Aquí vemos el conflicto entre el estudio como espacio de concentración y la necesidad de una fácil circulación en el interior de la casa. El estudio de Soane representa el dilema entre una casa donde las habitaciones son habitaciones privadas y pasajes públicos, y la creciente necesidad de aislamiento como un modo de encontrar una pausa en el creciente ritmo de las metrópolis modernas. Por encima de todo, el estudio de Soane se dirige a otro elemento fundamental de la habitación privada que también emerge en la celda monástica: la posibilidad de vivir y trabajar en el mismo espacio. Con la llegada de la ciudad industrial , la producción y la reproducción están separadas en dos espacios especializados; la casa y el lugar de trabajo. Mientras que la producción fuera del hogar está pagada, la labor reproductiva dentro de la casa se hace invisible por el carácter ideológico de la casa como espacio cerrado fuera del mundo de la producción. Además la casa produce el producto más importante para la producción capitalista: la fuerza de trabajo (labor power). Es por esta razón que desde el siglo XIX la casa adquiere un estricto carácter funcional cuyo objetivo es facilitar la reproducción haciéndola aparecer como un deber familiar natural. En este contexto la habitación de Marcel Proust, donde el escritor francés viviría y trabajaría, representa una subversión del género y las características funcionales del apartamento burgués. Proust bloqueó la entrada de luz de todas las ventanas, como si hiciera de la habitación un mundo en si mismo, indiferente al ritmo colectivo de la gran metrópolis. Al concentrar todo el mobiliario en un lado de la habitación, quería construir un interior en el que descansar y trabajar, concentración y ensoñación podrían pasar en el mismo espacio, perteneciendo áquel al escritor el afirmar su existencia como un todo orgánico contrario a la fragmentación inducida por los horarios de trabajo de la ciudad industrial. Una condición similar es recreada en el estudio-habitación de Giorgio Morandi. Morandi siempre rechazó trabajar en un taller tradicional, eligiendo en su lugar pintar dentro de su habitación. Si este modo de trabajar fue inicialmente orientado por la necesidad, permaneció constante a lo largo de toda su carrera, incluso cuando se convirtió en un artista establecido. Morandi usa lo que las convenciones domésticas designan como el más privado de los espacios como una forma de escudo para hacer privado sus trabajo rutinario. Es más, esta práctica también refleja la peculiar disposición doméstica, en la que vivió célibe, compartiendo su casa con sus tres hermanas solteronas. Aquí vemos como el silencioso y conservador artista destruye completamente la función del espacio doméstico como locus  de la vida familiar. Todavía el objeto de estudio de la pintura largamente considerado  por Morandi toda su vida refleja la escala doméstica de su espacio de estudio (las botellas). La habitación privada que se refleja en la vida de Morandi no lo es en términos de método de trabajo pero si en términos del objeto de su arte. Mientras que el arte actual exista como algo separado del mundo en el que se ha producido, la modestia de la vida entera de Morandi es un recuerdo del terco rechazo del artista a resignarse a la separación dada  entre producción y reproducción.

Mientras en las habitaciones de Proust y Morandi la soledad es lograda dentro del armazón de la domesticidad, entre los siglos XIX y XX la habitación privada es expulsada del apartamento familiar para convertirse en un espacio para habitantes temporales. Este es el caso de muchas casa de hospedaje construidas en las grandes ciudades con el objeto de acomodar el flujo de trabajadores. Estos trabajadores no son propietarios y están solos, y en la habitación de huéspedes encuentran  un claro reflejo de su condición. La casa de hospedaje es también un lugar ambivalente, por una parte refleja la precariedad de las condiciones de vida de los trabajadores, pero por otro lado también la potencial destrucción de los lazos familiares traída por la movilidad social que requiere la producción industrial. Esta doble naturaleza esta claramente retratada en lo que podemos decir la imagen más emblemática de la habitación para un solo individuo: Hannes Meyer´s Co-op interieur. La habitación contiene varios objetos plegables –una cama, una mesa con un gramófono, dos sillas, una de las cuales está colgada de la pared, y una unidad de estanterías con algunos frascos cuyo contenido es desconocido- .La cama individual deja claro que la habitación es para ser habitada por una única persona, mientras que las dos sillas implican que el habitante individual puede a veces tener huéspedes.


La habitación de Meyer fue concebida como ilustración para el manifiesto “The New Word” en el que el arquitecto suizo describe los valores de la modernización extrema, incluso sus más mecanizadas, perturbadoras y alienantes consecuencias. La mirada de Meyer sobre la modernidad es una visión acelerada en la que los efectos más extremos de la industrialización han sido acogidos y hechos explícitos en otros términos propios. En este manifiesto Meyer adopta una posición completamente diferente que la tomada por el típico arquitecto –como-reformador-social, el cual quiere prometer modernidad, dando una tranquilizadora y empática imagen doméstica. Contra-argumentando el falso ideal de domesticidad, Meyer imagina la co-op habitación por el trabajador noruego, el producto de la más cosificada condición industrial, donde la movilidad y el desarraigo se convierte en el “correcto” estilo de vida de los habitantes metropolitanos. Además por el título del interior sabemos que la habitación de Meyer ha sido pensada para formar parte de una casa comunal donde el habitante tiene la posibilidad de aislamiento y soledad mientras vive junto a otros. Más que ser un “extra”, la habitación individual se convierte en el espacio necesario que pertenece al habitante individual para compartir espacio y vida en solidaridad. Esto implica que la carga de las labores domésticas, incluso el estar escondido dentro de la privacidad de una casa familiar, están compartidas, independientemente de su sexo, y por ello radicalmente reducidas. El gramófono, ostentosamente expuesto en una habitación cuyo objetivo reduce el vivir a su mínimo absoluto, es un recuerdo de cómo el habitante no puede disminuir su producción y reproducción, aunque su última finalidad sea el disfrute plenamente sensual de la vida. La habitación individual es también la imagen de cómo la libertad personal no puede ser trasladada a una simple imagen de “individualismo” o “lugar de retiro” interior al que el mercado hoy intenta trasladar nuestro sentido del agotamiento social y el anhelo de soledad. Como los primeros monjes y los habitantes de casas comunales imaginados por  Meyer demuestran, una habitación propia solo puede ser reclamada como una condición social para todos, en la que vivir juntos cargue con la posibilidad de estar solo con uno mismo. Solo de este modo, la habitación se convierte ya no en un espacio con funciones prefijadas como descansar o trabajar, sino en una tabula rasa donde cualquier uso es finalmente posible. Solo entonces la habitación puede de nuevo adquirir su sentido original de “espacio” cuya arquitectura, privada de toda función o identidad, pueda finalmente aclarar el modo para que algo ocurra. Como lo dijo Walter Benjamin: “ El carácter destructivo solo conoce un lema: Hacer habitación. Y una solo actividad: limpiar. Su necesidad de aire fresco y de espacio abierto es más fuerte que su autodesprecio”