Una Habitación
propia, una pequeña historia de la habitación individual*
*DOGMA. (2015): Shelter. Volume 2015. Nº46. Ed. ARCHIS. Holanda. Págs.
24-3.
Decir que lo personal es político no es nada nuevo hoy, pero observar cómo la arquitectura ha llegado a ser personal sí lo es. Solemos pensar que el espacio personal es básicamente solo cuatro paredes y un techo; esto es una habitación. Hoy tendemos a pensar en las habitaciones como poseedoras de funciones individuales, incluso el trabajo ha llegado a permear espacio y tiempo como tales. Entonces, ¿cuál es la clave de levantar paredes para resguardarse y “vivir” impoluto dentro?. Dogma empieza a trazar aquí una genealogía de otro tipo de habitación y de a su vez, otra forma de vida; una en la que trabajo y vida se reúnen y sus enredadas políticas se vuelven tangibles.
1.
Es posible que la habitación
sea la forma de la arquitectura más obvia pero también la menos investigada.
Parece que la habitación ha estado siempre ahí, antes que nosotros, tanto como que
si los habitantes y los arquitectos no hubieran tenido otra elección que vivir
dentro y diseñar habitaciones. Si la arquitectura es hacer espacios, entonces
la habitación es la forma más directa que resulta de dicha afirmación. La
palabra “room” viene del inglés antiguo rum,
cuyo significado es similar a la
palabra germana raum, “espacio”.
Ambas fueron muy próximas a la palabra latina rus, que significa “campo abierto”. Estos significados existen en
muchas otras lenguas donde las variaciones de la palabra rum designan un campo abierto (open field), o planicie abierta, o
el acto de hacer espacio. La palabra se dirige así mismo a un campo semántico
en el que alguien es capaz de despejar espacio por uno mismo. En su famoso
texto “ The Room, the Street and Human agreement”, Louis Kahn aborda la
habitación como comienzo de la arquitectura. Para Khan, primero dentro de una
habitación definida por las paredes (perímetro, paredes, suelo y techo), uno se
enfrenta con las más básicas propiedades de la arquitectura como espacio
físico: dimensiones,estructura y luz. Pero para Kahn la habitación es también
un estado de la mente, ya que es la posibilidad de tener el propio espacio de
reflexión para uno mismo. Aquí Kahn parece abordar la habitación como un
espacio propio personal donde está garantizado la posibilidad de estar solo y
donde la concentración es posible. La reflexión como una
concentración de uno mismo representa un ir hacia el interior, una posibilidad
que siempre es difícil de atender desde que habitamos constantemente entre
espacios sociales. Por esta razón la habitación llega a ser la quintaesencia de
la interioridad en un sentido literal: estar solo con uno mismo.
En este sentido la
descripción de la habitación de Kahn como espacio para la reflexión viene a ser
sorprendentemente próxima al famoso ensayo de Virginia Woolf A Room of One´s Own en el que la escritora inglesa expresó que
“una mujer debe de tener dinero y una habitación propia si quiere escribir
ficción”. Similarmente a Kahn, Wolf vincula la habitación a un espacio
individual con la posibilidad para concentrarse. Además para Woolf la
posibilidad de tener una habitación para una misma está conectada con la lucha
de emancipación de la mujer de la estructura doméstica patriarcal. La
afirmación de Woolf sobre la habitación como espacio propio cuestiona
indirectamente la esencia del espacio doméstico como espacio para labores
productivas donde todas las habitaciones –dormitorio, baño, salón- están
pensadas para la gestión familiar. En contra de la evocación de la habitación
de Kahn como concepto eterno de la arquitectura, La habitación propia de Woolf es un recordatorio de cómo estar solo
es un acto bastante disruptivo que
emerge solo cuando la lógica productiva doméstica es puesta en cuentión.
Además, Woolf vincula la posibilidad de una habitación con la posibilidad de
una independencia económica. De este modo vincula el espacio de la soledad y la
concentración con el tejido económico/estructura de género a través de la que
la sociedad es organizada.
Sin embargo hablar sobre habitaciones no significa
hablar sobre espacios autónomos,
pero reflejan bastante la manera en la que las condiciones sociales y
económicas se hacen evidentes incluso en el modo en que se define uno de los
espacios propios más íntimos. En contra de la retórica contemporánea de lo
doméstico como espacio de la “intimidad” o del actual interés sobre el papel ubicuo
de las tecnologías digitales en la interrupción de nuestra propia privacidad,
argumentamos que la arquitectura de la habitación siempre ha sido un espacio de
conflicto entre las normas sociales y la posibilidad de estar solo. La
arquitectura de la habitación es el teatro silencioso donde el ser humano como “individuo”
ha emergido también como ser social y como alguien que desesperadamente intenta
ser él mismo. Lo que sigue es una historia sucinta de la habitación como
espacio de un habitar “privado” desarrollado a través de una serie de
habitaciones ejemplares donde la presión social y el deseo de estar solo se
encuentran en el espacio arquitectónico más esencial.
2.
Cualquier
historia tiene una larga prehistoria y a menudo la prehistoria es mucho más
larga que la historia en si misma. En el caso de la habitación individual, la
prehistoria es la formación de los espacios domésticos como espacio cuya
función primaria es la reproducción de
las especies humanas (comer, dormir, limpiar, criar a los hijos, etc…). Si
miramos las casas antiguas, difícilmente
podemos encontrar habitaciones privadas y si miramos a los primeros espacios
domésticos supervivientes, no podemos encontrar habitaciones en absoluto. En el
asentamiento neolítico de Çatalhöyük en Anatolia del Sur por ejemplo, las casas
están hechas de un único espacio enclaustrado de sobre 25 m2 y accesible desde
el techo, donde las diferentes “funciones” domésticas están definidas por
plataformas a diferentes niveles. Como la cueva, la casa entera es una gran habitación donde todos sus habitantes comparten
el mismo espacio. No es una desafiante simplificación excesiva decir que hasta
el siglo XIX la mayoría de la población mundial habitaba de esta manera.
Sin embargo, ya desde la antigüedad, y especialmente en el mundo grecoromano,
lo referido a la dirección de la familia desencadenó una más refinada
organización de lo doméstico. La casa se convierte en la esfera de la economía
en su sentido original oikonomia, oikos
nemein (gestión de la casa) y en los textos antiguos se describe la
habilidad de la mujer de la casa para conocer la localización de cada objeto
necesario para mantener la vida familiar dentro de la casa. La dirección
doméstica puede de este modo ser descrita como un orden taxonómico que asigna a
cada detalle de la vida un lugar específico en la casa. Sin embargo como
evidencia de resto arqueológico, la arquitectura de la casa de la Grecia
antigua apenas refleja este orden taxonómico. A diferencia de la casa moderna
donde cada habitación tiene su propia función específica, la antigua casa griega
fue un conjunto indefinido de habitaciones alrededor de un patio y donde la
función de las habitaciones podía cambiar de acuerdo las necesidades
específicas. Las habitaciones eran lo suficientemente grandes como para alojar
infinidad de usos desde lo doméstico hasta las actividades laborales, mientras,
el uso “doméstico” de éstas, en el sentido de familiaridad, era habilitado solo
a través de ligeras particiones como cortinas u objetos específicos. El espacio
del oikos a menudo también incluía
habitantes que podían no ser parte de la familia a la que pertenecía la casa.
En la polis griega aquellos que no nacían pero que querían vivir en la ciudad
no tenían el derecho de ser ciudadanos ni el de tener propiedades. Por esta
razón, estaban obligados a alquilar una habitación dentro de una casa familiar
existente. En este sentido, por vez primera en la historia la habitación
doméstica se convierte en un espacio independiente potencialmente separable del
resto de la casa. Aquí podemos ver también el arrendamiento, y la técnica de
interrumpir la casa como lugar de la familia, como la introducción del
inquilino a modo de habitante desplazado.
Mientras
que en la polis griega la casa era un espacio para la estricta intimidad
familiar separada del espacio público, la casa romana, especialmente la casa de
familia pudiente, era un espacio donde los asuntos públicos y privados a menudo
se entremezclaban. Como ha sido insinuado, la domus
romana no podía divorciarse de las políticas públicas de la ciudad hasta que no
fue formalizada la separación entre vida pública y privada. El domus fue simultáneamente una casa, un
lugar de esparcimiento, una oficina de negocios y un fórum para la presión
política. La dimensión pública de las casas romanas fue encarnado en espacios monumentales
- atria,
vestibula, peristylia y triclinia - donde el paterfamilias podía cenar no con su
familia, sino con sus amigos e invitados. Pero precisamente porque el domus estaba bajo tanta presión social,
tenía también más espacios privados (a menudo compartidos por varias personas),
como la cubicula, o pequeñas
habitaciones exclusivamente dedicadas a descansar y dormir (del latin cubo, acostarse). El cubiculum
es quizá el antecesor de la “habitación personal” donde la arquitectura del
espacio doméstico aproxima la escala
íntima del cuerpo humano al resto. También podría haber un error al definir
la cubicula como una “habitación” en
base a que, como argumenta Eleonor Leach, los romanos podrían nombrar las
habitaciones de su casa no de acuerdo a los objetos que contuvieran sino a la
arquitectura en sí misma, como insinúa que no hubiese una relación
significativa entre las habitaciones y sus contenidos, y que sus funciones no
estuvieran prefijadas. Además sería posible argumentar que la arquitectura mínima
del cubiculum es la referencia
directa de lo que podría ser considerado un arquetipo de la moderna habitación
privada como una habitación propia: la celda monástica. Empezado en el siglo IV
como un escape a las opresivas condiciones de la vida urbana, la vida monástica
evolucionó a través de varias etapas: desde la vida eremita de la soledad hasta
las comunidades; desde el semi-eremita, donde éste vive junto a otros de un
modo no prefijado hasta el cenobio, en el que los monjes no solo viven en el
mismo lugar sino que también comparten las mismas reglas monásticas. La vida
monástica, como la propia palabra deja claro (del griego monos, solo) es la posibilidad de vivir solo. En los viejos
tiempos, como forma de vida no tuvo precedentes y fue posible gracias a la
naturaleza de la religión cristiana en la que, a diferencia de los cultos
antiguos, la fe podía ser una relación personal con lo divino. La celda
monástica es como el espacio físico donde estar a solas con Dios. En el domus, el cabeza de familia podía
sentarse solo en el tablinum, el
espacio de estudio de la casa. Además el
tablinum era un espacio abierto y su solitario ocupante era altamente
visible por los otros miembros de la casa.
En
cualquier caso, en la celda el monje no está simplemente solo pues no
únicamente puede fijar la mirada en sí mismo sino que puede ser observado por
otros. La vida monástica dio forma a un concepto de la privacidad que no es
tanto jurídico sino existencial. Los orígenes etimológicos de la palabra
“celda” se registran desde la anglofrancesa celle,
que significa ermita, y la palabra latina cella, que significa pequeña habitación o almacén. En su libro How to live together, Roland Barthes usa
a la comunidad monástica como modelo para una vida en común ideal. Los primeros
monjes que decidieron vivir juntos podían ocupar refugios individuales
difusamente concentrados alrededor de un espacio central, que en algunos casos
podría ser una iglesia. Como remarca Barthes, esta condición permitía a los
monjes vivir juntos pero apartados, y donde cada uno era capaz de preservar,
tal y como dice el autor, su propia “idiorrhythmy” (del griego idios, particular, y rhythmos, rhythm, regla). En estas
condiciones podían estar aislados y en contacto con otros grupos idiorrhythmicos. Dentro de los grupos,
vivir juntos no vulneraba del todo la posibilidad de estar solo. Barthes estaba
fascinado por este modo de vida, e indicó que precisamente esta forma de vida
monástica fue el semillero para lo que más tarde sería una fundamental
tipología del mundo moderno: la celda individual o la habitación individual.
Para Barthes la celda individual es la quintaesencia de la representación de la
interioridad: es aquí que el cuerpo individual
encuentra su propio espacio, el
espacio donde puede cuidarse a sí mismo. Uno de los más refinados ejemplos de
las celdas monásticas son las complejas vidas del monasterio Cartujo. La regla
de los Cartujos consiste en vivir juntos una vida de eremita y la celda no es
solo una habitación individual sino una pequeña casa para una persona que
incluye un laboratorio y una huerta. El núcleo de la celda cartujana es el cubiculum, una pequeña habitación donde hay una cama y una pequeña mesa para
comer y estudiar. La celda en Certosa del Galluzzo cerca de Florencia (aquella
que tanto impresionó a Le Corbusier durante su viaje italiano) muestra como
puede ser doblada la mesa, dejando la habitación casi desocupada sin ningún
mueble y como enfatiza el vacío de la habitación como una imagen de la
concentración y de la reflexión. El objetivo de la celda es el permitir al
monje convertirse en un asceta, alguien que hace de su propia vida una refinada
constante práctica. Aquí vemos emerger el sentido fundamental de la “habitación
privada” como espacio doméstico cuyo objetivo no es solo la reproducción sino
el cuidado de uno mismo, el foco donde
la propia existencia es un experimentum
vitae.
3.
Si
la celda monástica es el modelo para tipologías represivas como la celda de las
cárceles modernas, es también el modelo para prácticas domésticas cuyo objetivo,
consciente o inconsciente, es la disrupción en la función domestica de la casa,
una forma de vida cuya finalidad es intentar establecer una soberanía sobre el
modo propio de habitar. Con el crecimiento de la casa moderna en el molde del
habitar de la familia nuclear, el espacio doméstico se ha fragmentado en
habitaciones, cada una de ellas con diferentes funciones. Sin embargo, el
proceso de especialización fue lento, y solo se convirtió en una condición
general para todas las casas al final del siglo XIX. Hasta el siglo XVI, el
espacio doméstico era un conjunto de habitaciones cuya función viene dada a
menudo por el propio mobiliario. Este es el caso de la habitación de dormir del
renacimiento, donde la cama es una estructura arquitectónica en si misma, una
plataforma con baldaquín. Este dosel podía llevar pesadas cortinas, como si
hiciesen de la propia cama una habitación personal. Un eco de esta idea de la habitación personal realizada por una pieza
de mobiliario se puede encontrar en San
Jerónimo en su estudio, pintura de Antonello da Messina. Aquí el santo
eremita está concentrado en la lectura de las escrituras mientras está sentado
en una pieza compuesta de mobiliario que incluye un escritorio, estanterías y
una plataforma que claramente separa el estudio del resto del espacio. Como la
cama del Renacimiento, el estudio de San Jerónimo es una arquitectura que se construye
en un indefinido interior monumental (¿una iglesia?), un lugar para enfocarse y
concentrarse. La habitación personal es un gabinete cuya forma es independiente
del espacio en el que habita. Aunque la necesidad de un espacio de estudio y concentración
se formaliza en un “estudio”, cuyo uso solo está garantizado para el patriarca
de la familia, la existencia de la creciente especialización del interior
doméstico no es obvio.
La
singularidad de este espacio puede ser apreciada en la casa de Sir Joan Soane
en Lincoln´s Inn Fileds, donde el estudio es un híbrido entre habitación y
pasillo que conecta la biblioteca y el comedor con la columnata que alberga la
colección de antigüedades de Soane. Aquí vemos el conflicto entre el estudio
como espacio de concentración y la necesidad de una fácil circulación en el
interior de la casa. El estudio de Soane representa el dilema entre una casa
donde las habitaciones son habitaciones privadas y pasajes públicos, y la
creciente necesidad de aislamiento como un modo de encontrar una pausa en el
creciente ritmo de las metrópolis modernas. Por encima de todo, el estudio de
Soane se dirige a otro elemento fundamental de la habitación privada que
también emerge en la celda monástica: la posibilidad de vivir y trabajar en el
mismo espacio. Con la llegada de la ciudad industrial , la producción y la
reproducción están separadas en dos espacios especializados; la casa y el lugar
de trabajo. Mientras que la producción fuera del hogar está pagada, la labor
reproductiva dentro de la casa se hace invisible por el carácter ideológico de
la casa como espacio cerrado fuera del mundo de la producción. Además la casa
produce el producto más importante para la producción capitalista: la fuerza de
trabajo (labor power). Es por esta razón
que desde el siglo XIX la casa adquiere un estricto carácter funcional cuyo
objetivo es facilitar la reproducción haciéndola aparecer como un deber
familiar natural. En este contexto la habitación de Marcel Proust, donde el
escritor francés viviría y trabajaría, representa una subversión del género y
las características funcionales del apartamento burgués. Proust bloqueó la
entrada de luz de todas las ventanas, como si hiciera de la habitación un mundo
en si mismo, indiferente al ritmo colectivo de la gran metrópolis. Al
concentrar todo el mobiliario en un lado de la habitación, quería construir un
interior en el que descansar y trabajar, concentración y ensoñación podrían
pasar en el mismo espacio, perteneciendo áquel al escritor el afirmar su
existencia como un todo orgánico contrario a la fragmentación inducida por los
horarios de trabajo de la ciudad industrial. Una condición similar es recreada
en el estudio-habitación de Giorgio Morandi. Morandi siempre rechazó trabajar
en un taller tradicional, eligiendo en su lugar pintar dentro de su habitación.
Si este modo de trabajar fue
inicialmente orientado por la necesidad, permaneció constante a lo largo de
toda su carrera, incluso cuando se convirtió en un artista establecido. Morandi
usa lo que las convenciones domésticas designan como el más privado de los
espacios como una forma de escudo para hacer privado sus trabajo rutinario. Es
más, esta práctica también refleja la peculiar disposición doméstica, en la que
vivió célibe, compartiendo su casa con sus tres hermanas solteronas. Aquí vemos
como el silencioso y conservador artista destruye completamente la función del
espacio doméstico como locus de la vida familiar. Todavía el objeto de
estudio de la pintura largamente considerado
por Morandi toda su vida refleja la escala doméstica de su espacio de
estudio (las botellas). La habitación privada que se refleja en la vida de
Morandi no lo es en términos de método de trabajo pero si en términos del
objeto de su arte. Mientras que el arte actual exista como algo separado del
mundo en el que se ha producido, la modestia de la vida entera de Morandi es un
recuerdo del terco rechazo del artista a resignarse a la separación dada entre producción y reproducción.
Mientras
en las habitaciones de Proust y Morandi la soledad es lograda dentro del
armazón de la domesticidad, entre los siglos XIX y XX la habitación privada es
expulsada del apartamento familiar para convertirse en un espacio para
habitantes temporales. Este es el caso de muchas casa de hospedaje construidas
en las grandes ciudades con el objeto de acomodar el flujo de trabajadores.
Estos trabajadores no son propietarios y están solos, y en la habitación de
huéspedes encuentran un claro reflejo de
su condición. La casa de hospedaje es también un lugar ambivalente, por una
parte refleja la precariedad de las condiciones de vida de los trabajadores,
pero por otro lado también la potencial destrucción de los lazos familiares
traída por la movilidad social que requiere la producción industrial. Esta
doble naturaleza esta claramente retratada en lo que podemos decir la imagen
más emblemática de la habitación para un solo individuo: Hannes Meyer´s Co-op interieur. La habitación contiene
varios objetos plegables –una cama, una mesa con un gramófono, dos sillas, una
de las cuales está colgada de la pared, y una unidad de estanterías con algunos
frascos cuyo contenido es desconocido- .La cama individual deja claro que la
habitación es para ser habitada por una única persona, mientras que las dos
sillas implican que el habitante individual puede a veces tener huéspedes.
La
habitación de Meyer fue concebida como ilustración para el manifiesto “The New
Word” en el que el arquitecto suizo describe los valores de la modernización
extrema, incluso sus más mecanizadas, perturbadoras y alienantes consecuencias.
La mirada de Meyer sobre la modernidad es una visión acelerada en la que los efectos
más extremos de la industrialización han sido acogidos y hechos explícitos en
otros términos propios. En este
manifiesto Meyer adopta una posición completamente diferente que la tomada por
el típico arquitecto –como-reformador-social, el cual quiere prometer modernidad,
dando una tranquilizadora y empática imagen doméstica. Contra-argumentando el
falso ideal de domesticidad, Meyer imagina la co-op habitación por el
trabajador noruego, el producto de la más cosificada condición industrial,
donde la movilidad y el desarraigo se convierte en el “correcto” estilo de vida
de los habitantes metropolitanos. Además por el título del interior sabemos que
la habitación de Meyer ha sido pensada para formar parte de una casa comunal
donde el habitante tiene la posibilidad de aislamiento y soledad mientras vive
junto a otros. Más que ser un “extra”, la habitación individual se convierte en
el espacio necesario que pertenece al habitante individual para compartir
espacio y vida en solidaridad. Esto implica que la carga de las labores
domésticas, incluso el estar escondido dentro de la privacidad de una casa
familiar, están compartidas, independientemente de su sexo, y por ello
radicalmente reducidas. El gramófono, ostentosamente expuesto en una habitación
cuyo objetivo reduce el vivir a su mínimo absoluto, es un recuerdo de cómo el
habitante no puede disminuir su producción y reproducción, aunque su última
finalidad sea el disfrute plenamente sensual de la vida. La habitación
individual es también la imagen de cómo la libertad personal no puede ser
trasladada a una simple imagen de “individualismo” o “lugar de retiro” interior
al que el mercado hoy intenta trasladar nuestro sentido del agotamiento social
y el anhelo de soledad. Como los primeros monjes y los habitantes de casas
comunales imaginados por Meyer
demuestran, una habitación propia solo
puede ser reclamada como una condición social para todos, en la que vivir
juntos cargue con la posibilidad de estar solo con uno mismo. Solo de este
modo, la habitación se convierte ya no en un espacio con funciones prefijadas
como descansar o trabajar, sino en una tabula rasa donde cualquier uso es
finalmente posible. Solo entonces la
habitación puede de nuevo adquirir su sentido original de “espacio” cuya
arquitectura, privada de toda función o identidad, pueda finalmente aclarar el modo para que algo ocurra. Como lo dijo Walter Benjamin: “ El carácter
destructivo solo conoce un lema: Hacer habitación. Y una solo actividad:
limpiar. Su necesidad de aire fresco y de espacio abierto es más fuerte que su
autodesprecio”